Cómo se hizo la lluvia
Cuentan que hace mucho, muchísimo tiempo, una gota de agua se cansó de estar en el mismo lugar, y quiso navegar por los aires como los pájaros, para conocer el mundo y visitar otras tierras.
Tanto fue el deseo de la gotica de agua, que un día le pidió al Sol que le ayudara: “Astro rey, ayúdame a elevarme hasta el cielo para conocer mejor el mundo”. Y así lo hizo el Sol. Calentó la gotica con sus rayos, hasta que poco a poco, se fue convirtiendo en un vapor de agua. Cuando se quedó como un gas, la gotica de agua se elevó al cielo lentamente.
Desde arriba, pudo ver el lugar donde vivía, incluso más allá, puedo ver otros rincones del mundo, otros mares y otras montañas. Anduvo un tiempo la gotica de agua allá en lo alto. Visitó lugares desconocidos, hizo amistades con los pájaros y de vez en cuando algún viento la ponía a danzar por todo el cielo azul.
Sin embargo, a los pocos días, la gotica comenzó a sentirse sola. A pesar de contar con la compañía de los pájaros, y la belleza de la tierra vista desde lo alto, nuestra amiga quiso que otras goticas de agua le acompañaran en su aventura, así que decidió bajar a buscarlas y compartir con ellas todo lo que había vivido.
“Viento, ayúdame a bajar del cielo para ir a buscar a mis amigas” Y el viento así lo hizo. Sopló y sopló un aire frío que congeló la gotica hasta volverse más pesada que el aire, tan pesada, que pronto comenzó a descender desde las alturas.
Al aterrizar en la tierra, lo hizo sobre un campo de trigo, donde había muchas goticas que recién despertaban hechas rocío mañanero. “Queridas amigas, acompáñenme hasta el cielo” gritó la gotica y todas estuvieron de acuerdo. Entonces, el Sol las elevó hasta lo alto donde se convirtieron en una hermosa nube, pero al pasar el tiempo, las goticas quisieron bajar nuevamente a contarles a otras goticas sobre lo que habían visto.
Y desde entonces, siempre que llueve, significa que cada gota de agua ha venido a buscar a su amiga para jugar y bailar en el cielo.
El traje nuevo del emperador
Hace mucho tiempo atrás, vivía un emperador muy rico que siempre estaba pendiente de lucir las mejores prendas. Dos y tres veces en el mismo día, gustaba el emperador de cambiar sus vestidos y llenarse de lujosas joyas. Los sastres del reino trabajaban sin descanso para proveer a su señor con nuevos trajes, llenos de brillos y magníficas telas.
Cierto día, aparecieron en el reino dos ladrones muy bribones que decidieron estafar al emperador. Los ladrones aseguraban poseer las mejores telas, y confeccionar ajuares nunca antes vistos. Como era de esperar, el emperador quedó deslumbrado por las promesas de los ladrones y les pagó una gran suma de dinero para que comenzaran a trabajar.
Durante varios días, los bribones se quedaron en una habitación del palacio simulando que tejían hermosos vestidos, pero en realidad, solo se dedicaban a cobrar más oro y beber y comer a sus anchas. El emperador, deseoso de conocer cómo avanzaba la obra, envió un sirviente a la habitación de los ladrones.
Al llegar al lugar, el joven sirviente quedó consternado cuando vio el telar vacío, pero los ladrones le aseguraron que el vestido estaba hecho de una tela mágica y que los tontos e ignorantes no serían capaz de verla. “¡Claro que la veo! ¡Es hermosa!” exclamó el sirviente con temor a parecer tonto, y marchó a contarle a su señor.
El emperador, sin poder contener su curiosidad, partió a contemplar la obra maestra. Al llegar quedó sorprendido de no ver nada, pero como no podía parecer ignorante delante de sus súbditos, disimuló su sorpresa y exclamó con alegría: “¡Es hermoso! ¡Nunca había visto nada tan maravilloso en mi vida!”. Y decidió llevarlo puesto en la ceremonia del palacio al día siguiente.
Cuando llegó la hora, el emperador salió ante su pueblo completamente desnudo. Las personas miraban aturdidas el espectáculo, pero nadie se atrevía a pronunciar palabra alguna. A pesar de los murmullos, el emperador prosiguió la marcha, convencido que todo aquel que le miraba asombrado, era por pura ignorancia y estupidez. Pero en realidad ¡Era todo lo contrario!
Este cuento sirve para demostrar que nunca debemos llevarnos por criterios ajenos, sino decir la verdad siempre y pensar por nuestra propia cabeza.
El leñador honrado
Érase una vez, un leñador humilde y bueno, que después de trabajar todo el día en el campo, regresaba a casa a reunirse con los suyos. Por el camino, se dispuso a cruzar un puente pequeño, cuando de repente, se cayó su hacha en el río.
“¿Cómo haré ahora para trabajar y poder dar de comer a mis hijos?” exclamaba angustiado y preocupado el leñador. Entonces, ante los ojos del pobre hambre apareció desde el fondo del río una ninfa hermosa y centelleante. “No te lamentes buen hombre. Traeré devuelta tu hacha en este instante” le dijo la criatura mágica al leñador, y se sumergió rápidamente en las aguas del río.
Poco después, la ninfa reapareció con un hacha de oro para mostrarle al leñador, pero este contestó que esa no era su hacha. Nuevamente, la ninfa se sumergió en el río y trajo un hacha de plata entre sus manos. “No. Esa tampoco es mi hacha” dijo el leñador con voz penosa.
Al tercer intento de la ninfa, apareció con un hacha de hierro. “¡Esa sí es mi hacha! Muchas gracias” gritó el leñador con profunda alegría. Pero la ninfa quiso premiarlo por no haber dicho mentiras, y le dijo “Te regalaré además las dos hachas de oro y de plata por haber sido tan honrado”.
Ya ven amiguitos, siempre es bueno decir la verdad, pues en este mundo solo ganan los honestos y humildes de corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario